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El libro que me recordó que el amor no tiene manual de instrucciones

Últimamente me ha dado por releer libros que hace años tenía olvidados. No sé si es nostalgia, curiosidad o simplemente esa necesidad de ver qué tan diferente suenan las cosas cuando uno cambia. Después de ¿Quién se ha llevado mi queso?  y La historia que jamás quise contar, seguí con esta pequeña costumbre de visitar viejos títulos que alguna vez creí haber entendido.

Y aunque del Caballero de la armadura oxidada ya hablé en un video, esta vez le tocó el turno a otro clásico del estante espiritual: El poder del amor, de Mari Sol Olba.

Un reencuentro sin expectativas

Sí, lo sé, el título suena a libro con portada de arcoíris y promesas de iluminación exprés, pero lo abrí igual. A estas alturas he aprendido que los libros que más pereza me dan suelen ser los que más acaban hablándome.

Recordaba haberlo comprado hace más de veinte años, en esos tiempos en los que uno subraya frases sin saber muy bien por qué, quizá solo porque suenan sabias. Esta vez lo leí distinto, sin expectativas ni incienso de fondo. Mari Sol Olba no habla del amor romántico ni de las tazas de té con autoayuda incorporada; habla del amor como si fuera una energía, una especie de electricidad que está en todas partes pero que la mayoría no sabe usar sin electrocutarse.

El libro insiste en que el amor no se busca, se recuerda. Que no se da, se comparte. Que no se fabrica, porque ya está ahí, esperando a que uno se atreva a mirarlo sin miedo. Y justo cuando empezaba a creer que aquello era una sucesión amable de frases bonitas, me topé con una que me dejó quieto:

No sé si es verdad, pero me tocó algo que hacía tiempo no me tocaba. Quizá porque en el fondo todos andamos buscando lo mismo: una manera menos complicada de querer, de vivir, de no salir corriendo cada vez que algo se siente demasiado.

Lo que de verdad me dejó

No voy a decir que el libro te cambia la vida —a estas alturas ya aprendí que los libros no hacen eso—, pero sí cambia el ritmo con el que se miran las cosas. A mi me recordó que el amor no es un logro, ni un destino, ni un objeto que se consigue después de sufrir lo suficiente. Es, más bien, una forma de estar, una especie de permiso silencioso para no tener que fingir todo el tiempo.

A medida que avanzaba, me di cuenta de que el libro no intenta convencerte de nada, solo te recuerda lo que ya sabías antes de complicarte tanto. Que el amor no se explica, se practica; que la ternura no es debilidad y que la mayoría de nuestras teorías sentimentales solo existen para justificar los miedos que no queremos mirar de frente.

Conclusión (sin moraleja)

Lo terminé una tarde cualquiera y lo dejé sobre la mesa, sin esa sensación de misión cumplida que uno busca cuando quiere sentirse profundo. Lo devolví a la estantería, pero esta vez no como quien archiva, sino como quien deja a alguien esperando una próxima conversación.

Y pensé que quizá eso es lo que hacen los libros que valen la pena: no cierran temas, los dejan respirando. El poder del amor no te enseña a amar mejor, ni a vibrar más alto, ni a manifestar nada. Pero te recuerda algo mucho más útil: que el amor no tiene manual de instrucciones, y que, si lo tuviera, probablemente lo usaríamos mal de todas formas.

Ahora te toca a ti: ¿Has leído este libro o alguno parecido? ¿Qué te ha hecho sentir? ¡Me encantará leer tu experiencia en los comentarios!

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