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Entre amigos, botas y carcajadas: nuestra escapada al Sendero del río Majaceite

En esta ocasión el grupo y yo decidimos que el cuerpo pedía verde, agua y risas. Así que, con mochilas al sol y ganas de perder la conexión de móvil (al menos en la conciencia), nos plantamos en El Bosque y le metimos al plan un par de decisiones claves: desayuno con calma, botas bien atadas… y cero prisas. Porque amigos, al Majaceite no se viene a correr, se viene a gozar.

Punto de partida: El Bosque, un café… y a andar

Llegamos a El Bosque con el típico “vamos a ver qué pasa” — sabiendo que lo que pasaría nos llenaría más de lo que esperábamos. Primero: un desayuno templado, cargado de tostadas, café y buen rollo en el Hotel Enrique Calvillo. Lo justo para cargar pilas antes de sumergirnos en esa galería de árboles, agua y bosque que es el sendero.

Salimos hacia la orilla del río, con ese murmullo constante en el aire; y al primer paso entre chopos y sauces supimos que íbamos a olvidarnos del estrés una buena temporada.

Sendero + naturaleza + amistad = combo ganador

La caminata hasta Benamahoma fue un desfile de sensaciones: sombra generosa, canto de pájaros (eso sí, discretos, no quisieron posar para las selfies), y ese agua que acompaña, te susurra, te relaja.

No era trote de montaña dura: el recorrido es amable — señalizado, cómodo, con poco desnivel — ideal para hacerlo en plan tranquilón, con risas, bromas, paradas para contemplar, beber, charlar.

Nos cruzamos con pequeños puentes, pasarelas, algún tramo con piedra resbaladiza (ojo si vas sin cuidado), y zonas donde el río enseña sus mejillas claras, casi transparentes. Más de uno de los que pasan por allí pensará y con razón: “esto merece un chapuzón” (aunque, como dicen otros, mejor solo mojar pies y alma, no cuerpo completo 😄).

Benamahoma: pueblo, risas y agua de manantial

Al llegar al pueblo hay como un respiro en el aire. Ese tipo de pueblos donde el tiempo parece que anda con zapatos viejos, despacio, sin prisa. Casas blancas, callejas tranquilas, y ese sabor serrano que huele a leña y pan recién hecho.

Tiramos de cervezas y refrescos, que ya tocaban, y alguno hasta se atrevió con agua del manantial — pura, fría — directamente del nacimiento del río. Esa agua merece capítulo aparte: parece brotar con historia, con pasado, con ecos de molinos, batanes, vida sencilla.

Y mientras nosotros nos reíamos, compartíamos esfuerzo y cervezas, el río Majaceite seguía allí, impasible, fluyendo, testigo mudo de nuestro trote pausado y nuestras conversaciones ligeras.

La vuelta: cansancio feliz, atardecer y charla entre amigos

La caminata de regreso fue, si cabe, aún más bonita. Con piernas algo cansadas, cuerpos contentos, y esa mezcla de silencio cómodo + charla suave que solo se tiene con amigos de verdad.

El bosque nos volvió a envolver, el río a susurrar, el suelo a crujir bajo botas algo desgastadas. Todo era un concierto sencillo, natural, sin artificios. Llegamos a El Bosque ya con el cielo cambiando de luz, café en mano, dulces compartidos.  “¿Sabéis? Si mañana no existe… que se pierda sin mí, pero con esto en la memoria.

¿Por qué, de verdad, merece la pena hacer este plan?

Porque no hay excusas: el sendero es fácil, asequible, señalizado, ideal para quien lleva años sin calzarse botas o para quien lo hace con perro, con niños, con amigos….

Porque naturaleza y agua como las de este bosque ribereño generoso, río vivo, con sombra y frescor, te devuelven el alma cansada a su sitio.

Porque el contraste pueblo-sendero-agua te regala un día completo: caminata, pueblo blanco, comida, risas, manantial, charla, recuerdos.

Porque no hace falta pretender conquistas ni cumbres: con leveza, risas y botas gastadas, puedes volver a casa con un trozo de monte dentro.

Conclusión :

Al final, la escapada al Sendero del río Majaceite no fue solo un paseo entre árboles y agua sino que fue un recordatorio de que lo verdaderamente grande puede ser sencillo: risas compartidas, agua fresca de manantial, charla al atardecer, barro en las botas, viento en la cara.

Si buscas naturaleza para el alma, si quieres caminar con amigos, si te apetece perderte un rato del ruido y reconectar con lo auténtico… no necesitas mapa complicado ni mochila pesada. Solo valor, ganas y un poco de suerte para que el río esté generoso. Que el Majaceite os espere  y que cuando volváis, lo recuerdes con botas mojadas, recuerdos cálidos y sonrisa de melancolía feliz.

Y oye,  si te animas: hazlo desde El Bosque, con calma, con botas cómodas, quizá algo de agua en la mochila (porque tentación de mojar pies puede haber), buena compañía, y muchas ganas de dejar que el río y el bosque te cuenten sus historias.

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