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Cuando los planes se van al traste (y la vida sigue tan campante)

Tenía todo pensado: unos días tranquilos por la zona de Cuenca, buen descanso, alguna que otra visita y hasta la ilusión de ver a la orquesta Panorama en San Clemente. No era un plan de playa ni de vuelo transoceánico, pero para mí era perfecto. Sin embargo, la vida, que parece llevar un calendario distinto al nuestro, decidió que no. Y así, lo que iba a ser una escapada de agosto se convirtió en… agosto a secas.

Al principio, reconozco que fastidia. Uno se queda con esa sensación rara, como cuando vas a abrir una bolsa de pipas y descubres que ya estaba vacía. Pero luego lo piensas y te das cuenta de que nada es tan grave. Que lo importante no es dónde estás, sino cómo decides estar.

La impermanencia en estado puro

Si algo nos recuerda este tipo de situaciones es que todo es impermanente. Los planes cambian, las circunstancias se mueven, y lo único seguro es que nada permanece igual demasiado tiempo. ¿Y sabes qué? No pasa nada. Esa es la gracia de la vida: que te obliga a bailar a su ritmo, aunque a veces te cambie la música cuando ya estabas a punto de arrancarte con tu coreografía.

Aceptar la impermanencia no significa rendirse, sino aprender a fluir. Si se va un plan, vendrá otro. Y a menudo, cuando miramos atrás, descubrimos que aquello que “se fue al traste” fue solo un paso más hacia algo mejor.

La vida siempre sorprende

Y si hacía falta una prueba más de lo imprevisible que es todo esto, ahí está mi hermana: de vacaciones por tierras gallegas y, de repente, en quirófano por una caída. No hay plan que se salve del todo. Y aun así, incluso en esas situaciones, lo que queda es lo mismo: adaptarse, apoyarse en los demás y recordar que cada día es único, aunque no se parezca en nada a lo que esperábamos.

Resiliencia con una sonrisa

Al final, de eso se trata: de resiliencia. De saber adaptarse sin perder el humor. Porque siempre se puede encontrar el lado ligero incluso en lo inesperado. Que no hay vacaciones… pues oye, hay sofá, hay paseos improvisados, hay charlas pendientes y hasta siestas sin despertador. Y eso, se mire como se mire, también es un lujo.

Quizás el viaje perfecto no era el que estaba planeado, sino el que la vida tenía reservado. Aunque de momento se parezca más a un agosto casero que a una escapada por La Mancha.

Conclusión

Los planes van y vienen, igual que los días de verano. La clave está en no engancharse demasiado a ninguno. Porque cuando algo no sale como querías, siempre puedes elegir: enfadarte con la vida… o reírte con ella. Y, sinceramente, la segunda opción deja menos arrugas.

Así que este agosto me quedo con la certeza de que la impermanencia no es una enemiga, sino una maestra. Y con la convicción de que, si un plan se esfuma, otro vendrá. Quizás mejor, quizás diferente, pero siempre con algo que enseñarnos.

Quizás el viaje perfecto no era el que estaba planeado, sino el que la vida tenía reservado. Aunque de momento se parezca más a un agosto casero que a una escapada por La Mancha.

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