El abanico salado y el quejío electrónico
En nuestra historia cotidiana, a menudo pasan desapercibidos los momentos mágicos que se esconden en los detalles. Lo que os voy a contar ocurrió hace apenas unos días y si ya leísteis mi primer caso —el del Lagartito Salado— os aviso: esto no es un brote aislado, esto es una serie. Una serie que podríamos titular: (CSP) Cloruro Sódico Paranormal, y este sería su segundo episodio.
Un Club Social: El Portal a lo Inusual
Imaginemos un club social, donde la música y el arte flamenco fluyen. Es en un ambiente así donde los sabores cobran vida, y las emociones se transforman en experiencias sensoriales. Las sillas de plástico se convierten en testigos silenciosos de un rito culinario que promete deleitar, pero también sorprender en formas inesperadas.
En definitiva, el plan: cena de grupo, espectáculo flamenco y música para rematar la noche. El ambiente era tan perfecto que ya sospechaba algo.
Primer acto: El Abanico Ibérico maldito.
El camarero apareció con aire de procesión. Traía el plato como si portara una reliquia. Y en el plato: abanico ibérico que para quien no lo sepa: no es un objeto, es un corte de carne. Pero algo en mí —ya contaminado por el caso del lagartito— sospechó desde el primer momento. Había algo en ese abanico que no cuadraba.
Pincho. Boca. Trago…… ¡ZAS! Una descarga de sal que me hizo pestañear en morse.
Eso no estaba sazonado, eso estaba también invocado. El abanico tenía casi la textura perfecta, el punto justo, el olor embaucador… pero el sabor de un chasco. Era como si lo hubieran marinado en sudor de peña rociera. Como si lo hubieran hecho en salmuera y luego lo hubieran salado otra vez por si acaso. Como si el cerdo hubiese tenido una vida muy, muy intensa en lo emocional.
—Otra vez tú con la sal —pensé. Desde lo del lagartito no había vuelto a comer tranquilo.
Pero luego me dije: Puede ser. Pero hay un patrón. Y si hay patrón, hay caso.
Segundo acto: la sazonadora del tablao
Al caer la noche y durante la cena, el flamenco entra en acción. Ella aparece. Bailaora vestida de rojo. Mirada clavada en algo que no veíamos. Postura firme, elegante, casi mística. Y al primer quejío, lo sentí: el aire cambió. Había densidad. Había humedad emocional.
Y sí: había sal. No es broma. Noté el ambiente más salado. Como si el dolor que salía de su garganta se convirtiera en partículas flotantes de condimento. Como si su pena tuviera forma, y esa forma fuera de sal fina.
Fue entonces cuando formulé la hipótesis. ¿Y si esta mujer era capaz de alterar la materia con su arte? ¿Y si al cantar, liberaba algo tan puro, tan desgarrado, que podía cambiar el entorno físico?
Le puse nombre: «La Sazonadora del Tablao». Una artista con el poder de convertir el duende en sal.
El tercer acto: interferencias del más allá
Después del flamenco, el DJ tomó el relevo. Reguetón, pop, hits del momento. Todo normal…hasta que no. En mitad de una canción, la música se corta y por los altavoces suena un «ayyyyyy» que no era ni del DJ ni de ningún remix. Un quejío triste, flotante, sin procedencia clara. La gente siguió bailando. Pero yo no. Yo lo reconocí. Era ella. O algo suyo. Un resto. Un eco. La energía de la Sazonadora seguía ahí.
Pasó dos veces más. Quejíos infiltrados. Zapateados lejanos. Las luces parpadeaban como si alguien estuviera taconeando en la caja de fusibles.
Y entonces supe que tenía que moverme.
La Revelación de Manolo: Un Detrás de Escenas Revelador
Me levanté. Dije que iba al baño. Mentira piadosa. Me escabullí hacia la cocina, donde escuché lo que necesitaba:
—Manolo, ¿qué le echaste al abanico? —preguntaba el gerente.
—Señor, es que era ELLA. La bailaora. ¿Usted sabe quién es? ¡La hija de La Salinera! ¡La leyenda! La vi ensayar por la tele de la cocina… y me emocioné. Y se me cayó el salero entero, señor. Me vine abajo.
Silencio.
—Y lo del DJ es del enchufe del fondo, que da chispazos desde hace tres ferias.
Y ahí estaba. Caso resuelto. Ni energía paranormal. Ni espíritus andaluces. Ni fenómenos psicosalinos. Solo un cocinero sensible y una instalación eléctrica pidiendo jubilación.
Conclusión: La Sal como Mensajera de lo Inexplicable
El misterio presentado en esta noche andaluza nos invita a cuestionar el significado de las experiencias cotidianas. Pero entonces… ¿por qué me pasa a mí?
Volví a la mesa y vi que mis amigos ya estaban bailando otra vez. El DJ seguía como si nada. La noche, en apariencia, había vuelto a su cauce, pero yo sé lo que viví. Y pienso: si esto ya ha pasado dos veces, puede pasar tres. O cuatro. Algo se está manifestando a través de la sal. Algo me quiere decir algo. Y pienso averiguar qué es.
Porque si la sal es el mensaje, yo soy el receptor… y algo muy grande quiere hablar.
¿Te ha pasado alguna vez algo raro con la comida? ¿Con la música? ¿Con la combinación de ambas?
Te leo en los comentarios. Yo, de momento, voy a seguir investigando.
Perfecto
Muy bien 👌